la silla

para decir, para que digan, para querer, para pedir, para disculpar, para justificar, para soñar...

martes, 8 de mayo de 2007

Lo que nos une

_ Rosario, tu turno.
Caminé nerviosa hacia el centro de la sala de ensayo con mi violín. Cada día repasaba las notas, practicaba sagradamente de lo contrario la inseguridad me invadía y se me notaba a distancia. Hoy, era ese el caso. Mi maestro me conocía bien, y como buen maestro, era mi mentor, mi amigo y mi apoyo. Él me motivo en este arte, el insistió…
Tenía 19 años y me enamoré perdidamente de un hombre de 31 años, profesor de violín y colega de Gustavo. Ariel irrumpió en mi vida mágicamente, suave, despacio, delicado, cauteloso. Yo asistía a la academia de artes donde él trabajaba, estudiaba danza y asistía al lugar sagradamente tres veces a la semana, mientras paralelamente realizaba un pre universitario para acallar la presión de mi padre para estudiar una carrera tradicional.
Siempre sentía su mirada cuando caminaba por los pasillos, pero nunca me atreví a corresponderle, bajaba la cabeza para no toparme con sus ojos. Al entrar a mi sala escuchaba su voz melodiosa tan igual que los violines más experimentados. Cerraba los ojos y me dejaba llevar por los sonidos dispares de la sala de al lado. Cada vez que me iba me sentía más feliz y me llevaba la música grabada en mi mente y cada uno de mis pasos iban al ritmo.
Un martes al salir, Ariel se me acercó, me tomó del hombro, me di vuelta y ahí estábamos frente a frente, dándonos cuenta que ya era hora de dar el pie inicial
_ Rosario… ¿Verdad?
_ Sí
Extiende su mano y esboza una sonrisa cálida
_Ariel, un gusto
Torpemente registra su mochila escolar y saca un c.d
_Es una recopilación de mi música, quiero que la tengas para inspirar una pieza de baile.
Reí, él sin saberlo adivino o advirtió que su violín me provocaba, me hacía libre, me hacía soñar. Así de a poco nuestros encuentros se estrecharon y al poco andar éramos novios, de esos inseparables, compinches y amigos, nos apoyábamos mucho, nuestras almas eran una, un complemento bello, tanto así que nuestra diferencia de edad nunca fue un problema, ni siquiera para mi familia que, tenía toda clase de resquemores pero, al conocerlo se dieron cuenta inmediatamente que él era para mí. Nuestra relación iba en su tercer año, cuando Ariel se torna extraño, con ausencias injustificadas, mal humor, reacciones equívocas y celos enfermizos. Estaba muy preocupada, e hice de todo y más para encontrar respuesta a su cambio, él era otro, definitivamente me lo habían cambiado. Conciente o inconcientemente Ariel se alejo de mí, de su vida, de su violín, cada vez más callado, más abstraído, más ausente, muy ausente. Fue ahí cuando me acerqué a Gustavo, necesitaba ayuda para entender a mi novio, y para mi sorpresa él sabía cosas que yo no conocía, que nunca imaginé
_Cuando empezó a tener una relación contigo me dijo que dejaría el tratamiento.
_ ¿Qué tratamiento?
_ Rosario, Ariel bueno… ¿no lo sabes?
_ ¿Qué cosa, habla?
_ Es bipolar
_ ¿Qué?
_ Como, nunca lo supiste. Pero estando contigo él se sintió aliviado, muchas veces me dijo que tú eras la medicina que le faltaba. Ya conciente de su enfermedad busque maneras para tenerlo de vuelta pero cada intento era un nuevo fracaso, no nos quedó más remedio que internarlo. Ahora ésta hospitalizado hace 8 meses, a ratos me parece encontrar la mirada que nos enamoro y, así es como mi música se volvió la suya, mi violín es el suyo, y mi danza es la suya. Aprendo rigurosamente con Gustavo para llevar las notas a Ariel, es en ese momento donde todo vuelve a hacer mágico, ahí nos conectamos y volvemos a ser uno.